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DAIN Usina Cultural

viernes, 24 de agosto de 2012

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miércoles, 22 de agosto de 2012

Libros con sabor


Durante el diluvio universal, uno tiene dos opciones: refugiarse como pueda o construir un arca. Dado que la historia bíblica recomienda el arca, salimos a navegar. Por supuesto, previamente, pensamos cuáles serían las provisiones indispensables para la travesía. Y luego de una larga discusión con Cali, quedamos en lo siguiente: nos reuniríamos en alguna librería para terminar de decidir. Ella prefería a Lewis Carroll y yo a Ítalo Calvino, pero la cuestión no se limitaba solamente a los autores o a los títulos, sino a la capacidad del barco y al tiempo disponible de lectura durante la catástrofe.
Por lo pronto, dije, juntémonos en el Dain de Palermo al mediodía.
La calle estaba inundada. Dimos un rodeo y cruzamos hasta la puerta del “Primer Beso”, en cuya vidriera esperaba una muñeca de porcelana, que parecía pedir auxilio. Definitivamente, no podríamos llevarla. Pero sin duda la imagen de la muñeca, ahí expectante, nos lanzó desprevenidas hacia un arcón de recuerdos que no habíamos tenido en cuenta cuando hicimos el inventario del arca. En fin,  el tema ahora se limitaba al cruce. Arremangamos los pantalones y nos metimos en el agua.
Increíblemente, las puertas del Dain parecen las puertas del cielo, por lo gigantes y pesadas. Yo posé con timidez mi mano, ante la mirada inquisitiva del guardia, y supuse que una vez traspuesta esa enormidad, habría una especie de paraíso. La imagen prefiguraba algo que trasciende la lluvia y todo lo que la lluvia se lleva, con su costumbre de borronear las formas.
En efecto, como suele suceder en las librerías bellas, los libros se lucían, dispuestos como tesoros en los anaqueles. Enseguida, fui armando una pilita: Clarice Lispector, Calvino, Felisberto Hernández, La Odisea, Cortázar, Faulkner, Berger, Las mil y una noches, Borges, Virginia Woolf, Shakespeare, Cervantes, qué sé yo cuántos más. Por su lado, Cali hacía lo propio. Cuando juntamos las pilas, había allí una especie de refugio. Prácticamente era imposible entablar una conversación con la cajera a través de los libros. Al final, decidimos dejar todo sobre el mostrador para que la chica trabajara tranquila, y nos retiramos al salón contiguo, donde se disponían las mesas para almorzar.
Nos sentamos junto a la ventana y vimos llover. Al rato ordenamos un tapeo. Queríamos comer un poco de todo. Hablamos de nuestros planes para construir el arca, nuestro ideal de supervivencia. Había mucho por definir. En cuanto nos trajeron la comida, comprendimos que existe una suerte de fusión, donde lo ácido y lo dulce van bien, como Arlt y Borges, a pesar de los preconceptos. El chef se había animado a mezclar diferentes sabores. Decidimos entonces que llevaríamos los libros de ambas, todo mezclado.
Nos levantamos de la mesa antes del postre y nos acercamos a la escalera, de donde colgaban pequeñas botellas con mensajes rescatados de algún naufragio. (Por esos misterios de las salidas, como en el Quijote, se nota que hay ventas donde uno encuentra de todo, y era evidente que unos cuantos navegantes ya se habían dispuesto a salir al mar). Escribimos uno: Nunca se sabe qué libro te salva de la catástrofe.

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